Tres razones y estrategias
1. Negación del sueño:
Lo tenemos delante y comprobamos pasmadas que se le cierran los ojos. Aun así, afirma no tener sueño y se niega rotundamente a ir a la cama. ¿Razón? La vida del niño de esta edad es muy emocionante y es posible que le cause disgusto tener que detener todo eso para ir a dormir. No quiere que el día termine, ya está. También puede responder así si la noche le causa miedo, algo que comparte con los protagonistas de la segunda estrategia.
2. Dilatación:
Se mete en la cama, pero dilata eternamente el momento de dormir pidiendo agua, besos, pipí, caca, que le rasquemos, una luz… ¿Tiene miedo a la oscuridad? Es muy probable. Y a la separación. Porque lo que de verdad busca el niño que nos pide mil cosas es que nos quedemos con él. Pues quedémonos con él y no tendrá que inventar excusas. Seguramente un día pidió directamente a su madre que no se fuera y ella se fue; desde entonces inventa excusas que la obliguen a permanecer junto a él. Si le decimos que nos vamos a quedar, que es lo que pide y necesita, se acabara lo demás.
3. Efectivamente, no tiene sueño:
Estamos todos para el arrastre menos él, que parece recién levantado, fresco como una lechuga. Esto último suele estar relacionado con dos factores importantes que pueden afectar también a los casos anteriores y que explicamos a continuación.
Búhos y alondras, una forma de ser:
Yo trabajo mejor por la noche y me cuesta levantarme por la mañana. E igual que hay personas nocturnas y personas diurnas, también hay niños más nocturnos o más diurnos. Cada uno tiene una inclinación natural a dormir pronto y levantarse temprano o todo lo contrario, es lo que llamamos niños (y adultos) búhos o alondras.
¿Quiere decir eso que si tenemos un niño búho no hay solución, que jamás conseguiremos que se duerma pronto? No. Yo soy nocturna y prefiero levantarme tarde, pero me adapto a los horarios de trabajo. También los niños se pueden adaptar a los horarios, siempre que tengamos en cuenta ciertas cuestiones fundamentales. Una vital es…
Poner la siesta en su lugar
Muchos padres no saben que tras la siesta el niño de esta edad no tendrá sueño hasta seis horas y media después. Eso quiere decir que si queremos acostar al niño a las nueve, debe haberse despertado de la siesta hacia las dos y media. Pero si se levanta a las cinco de la tarde, a las nueve ni querrá ni podrá dormir. Ya no tenemos un bebé que duerme a todas horas sino un niño con unas necesidades concretas: a los dos años los niños duermen como mucho 12 horas diarias, que se pueden repartir en diez durante la noche y dos de siesta. Desde que se levantan hasta que vuelven a tener sueño, pasan cinco horas y media. Y, como hemos dicho, desde que se levantan de la siesta hasta la noche pasan unas seis horas y media. Si tenemos esto en cuenta y nos sincronizamos con los ritmos naturales del niño, será mucho más fácil que se vaya a dormir tranquilamente.
Para tener éxito, ten en cuenta estos dos aspectos:
En lo biológico
Hay que buscar la sincronía con los ritmos naturales, lo que implica poner la siesta en su lugar y que termine unas 6,5 horas antes de ir a la cama por la noche. También debemos evitar que se «le pase» el sueño (puede ocurrir si suprimimos la siesta en cuestión, por ejemplo), porque el niño que está demasiado cansado también tiene dificultad para dormirse.
En lo emocional
La clave contra el disgusto por tener que ir a dormir o contra el miedo es convertir la hora de dormir en un momento placentero, encontrando lo que relaja a cada niño. Mario, por ejemplo, cae frito con un cuento; Tomás se levanta la camiseta para que su madre le pase suavemente una mano por la espalda. ¿Qué necesita nuestro hijo? ¿Una luz encendida, una canción, que nos quedemos con el hasta que se duerma, que nos metamos con él en la cama? Pues hagamos agradable el momento de dormir», recomienda Rosa Jové.
La relajación es la antesala del sueño. Se utiliza un recurso (el cuento, el contacto, la canción) para que se vaya relajando, algo que más adelante aprenderá a hacer solo. Pero no ahora, aún es pronto.
No, el niño no tiene que aprender a dormir solo
El mayor enemigo del sueño del niño es, según Jové, la creencia adulta de que debe dormirse solo, sin ayuda alguna. Si no lo acompañamos en este momento ni buscamos lo que le ayuda a entrar en el sueño, el niño probablemente vivirá la llegada de la noche con ansiedad.
El sueño del niño de dos años aún está en proceso de desarrollo, no tiene la estructura del sueño adulto, algo que se alcanza hacia los 5-6 años, como explica Jové en Dormir sin lágrimas. Para que siga evolucionando de forma adecuada hay que evitar la angustia y la ansiedad relacionadas con el hecho de ir a dormir. Al acompañarlo y hacer lo que necesita para relajarse, el niño aprende a buscar la relajación antes de dormir. Es algo que seguirá haciendo en la edad adulta.
Si pide dormir en tu cama, déjale
Hay acciones que realizamos con facilidad, por ejemplo, dejarle una luz encendida o contarle un cuento. Sin embargo, hay otras que cuesta más considerar: ¿Y si quiere venirse a nuestra cama? ¿Se acostumbrará? ¿Es una mala costumbre? Practicar el colecho suele plantear más reservas, «sin embargo el 80% de la población mundial comparte la cama con los hijos», afirma Rosa Jové. Y no se refiere solo a países en vías de desarrollo, sino también a otros tan admirados como los nórdicos.
«Si los padres supieran lo beneficioso que es el colecho para los hijos, para su inteligencia y capacidad para relacionarse, no se lo pensarían. No es que no pase nada porque se acuesten en la misma cama, es que en realidad es más que recomendable», opina Jové.
Mitos modernos
La tele por la noche le pone nervioso
Depende del niño. Hay algunos a los que les relaja ver un ratito de tele después de cenar; se quedan groguis. En esos casos, ¿por qué no ponérsela? Si por el contrario vemos que se pone como una moto, está claro que no debemos encenderla antes de ir a dormir.
Si no duerme de noche es que debería cansarse más de día
No se ha demostrado que tenga una influencia directa. Dormir es más cuestión de ritmos que de cansancio. Aunque a veces, movidos por la idea de que hay que cansarlo, lo hacemos y nos encontramos con lo opuesto a lo que queríamos: Sabemos que si está muy cansado, le costará dormirse.
Lo más importante es el ritual
El ritual funcionará solo si respetamos lo dicho: los ritmos de sueño y que el momento sea agradable. Porque si lo acostamos cuatro horas después de la siesta, da igual hacer mil rituales, no se dormirá. Por otro lado, si se respetan los ritmos y se crea una situación agradable, no es vital el ritual ni seguir las horas al dedillo porque dormirse, si llega el momento y se está relajado, es natural.
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